El evento El Niño, que alcanzó su apogeo en enero, comienza a debilitarse, marcando el inicio de un enfriamiento acelerado en la superficie del agua de mar en el Pacífico ecuatorial central.
Este cambio anticipa unas pocas semanas de vigencia restantes para El Niño, desplazando el interés hacia el potencial desarrollo de un evento La Niña en la campaña 24-25, encendiendo las luces de alerta para el sector agropecuario argentino.
Transición a la Neutralidad y su Impacto: La transición hacia una fase de neutralidad climática durante el otoño y el invierno supone un período donde la atmósfera no favorecerá ni impedirá activamente el ingreso de humedad al país. Esto sugiere que, para el trimestre de junio a agosto, las precipitaciones podrían mantenerse en promedio o ligeramente por debajo de lo normal, una consideración crítica para la planificación agrícola.
Consolidación de La Niña y Preocupaciones para el Agro: Los pronósticos de largo plazo, históricamente inestables en marzo, este año refuerzan la probabilidad de un evento La Niña hacia la primavera. Los modelos climáticos, tanto gubernamentales como privados, concuerdan en esta predicción, aumentando la preocupación entre los productores agropecuarios. El antecedente de El Niño, aunque trajo lluvias que ayudaron a mantener la humedad en la campaña actual, no logró recargar completamente los perfiles hídricos ni las napas, dejando a muchas zonas con reservas insuficientes.
La potencial consolidación de La Niña amenaza con agravar esta situación, poniendo en riesgo la disponibilidad de agua para los cultivos en un momento crucial para la economía argentina, altamente dependiente de su sector agrícola. La variabilidad en la situación hídrica por zonas subraya la importancia de estrategias de manejo adaptativas para enfrentar los desafíos que plantea este panorama climático cambiante.
Con la certeza aún pendiente pero las probabilidades altas de un nuevo evento La Niña, el agro argentino se enfrenta a la necesidad de prepararse para un ciclo potencialmente más seco, lo que requiere una atención meticulosa a la planificación de siembras, el uso de tecnologías para el manejo eficiente del agua y la consideración de cultivos menos dependientes de grandes volúmenes de precipitaciones. Este escenario reitera la importancia de estrategias proactivas en el manejo agropecuario ante la variabilidad climática.