La creciente demanda global de litio, impulsada por la transición hacia energías limpias, plantea un dilema ambiental. Mientras el mineral es clave para las baterías de autos eléctricos y dispositivos tecnológicos, su extracción amenaza ecosistemas frágiles y recursos hídricos del norte argentino.
El litio se ha convertido en el nuevo protagonista de la economía verde. Su papel en la fabricación de baterías para vehículos eléctricos y sistemas de almacenamiento energético lo posiciona como un mineral estratégico para el futuro. Sin embargo, detrás de su promesa de sustentabilidad se esconde una problemática ambiental que preocupa a comunidades y especialistas.
En regiones como la Puna de Catamarca, Salta y Jujuy, la extracción de litio se realiza principalmente mediante la evaporación de salmueras subterráneas. Este proceso demanda enormes cantidades de agua —en zonas ya afectadas por la aridez— y puede alterar los equilibrios hídricos de lagunas altoandinas, hábitat de especies únicas como los flamencos andinos. Además, la modificación del suelo y el uso de químicos en el procesamiento plantean riesgos para los ecosistemas locales y las comunidades que dependen del agua para la ganadería y la agricultura.
Los expertos coinciden en que el desafío no es abandonar el litio, sino hacerlo sustentable. Innovaciones como la extracción directa, que promete reducir el consumo de agua y el impacto ambiental, podrían ser una respuesta en los próximos años. Mientras tanto, el debate entre desarrollo y conservación sigue abierto en el corazón del llamado “triángulo del litio”.
