Lo que alguna vez fue símbolo de destrucción, hoy se transforma en cuna de biodiversidad. Restos de municiones, barcos y armas sumergidas durante la Primera y Segunda Guerra Mundial están siendo colonizados por miles de especies marinas y aves, convirtiéndose en inesperados refugios para la vida silvestre.
Alemania y el Mar Báltico
En la bahía de Lübeck, científicos documentaron cómo viejas bombas V-1 y otras municiones de la Segunda Guerra Mundial pasaron de ser desechos bélicos a auténticos “arrecifes artificiales”. Esponjas, moluscos, estrellas de mar, crustáceos y peces habitan sobre estas estructuras metálicas, generando una densidad biológica hasta cinco veces mayor que la del sedimento circundante.
El hallazgo, publicado en Communications Earth & Environment, muestra que hasta 43.000 organismos por metro cuadrado pueden desarrollarse sobre estas municiones, en contraste con apenas 8.200 en el fondo marino cercano. Sin embargo, el estudio también advierte sobre la presencia de sustancias tóxicas como TNT y RDX, cuyo impacto a largo plazo sigue siendo incierto.
Estados Unidos y la flota fantasma
Al otro lado del Atlántico, en el río Potomac (Maryland), descansa la llamada “Flota Fantasma” de Mallows Bay, compuesta por 147 barcos construidos durante la Primera Guerra Mundial. Nunca llegaron a combatir, pero hoy funcionan como verdaderas islas ecológicas: sus cascos hundidos sostienen vegetación acuática, refugian peces como el esturión atlántico y sirven de nido para aves rapaces como el águila pescadora.